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-¿Te acuerdas de aquel día? -le pregunté arqueando una ceja- El día en el campo. El día que nos conocimos: Cuando aún yo tenía aparatos dentales, un flequillo horrible y vestía como mi abuela. ¿Recuerdas?
-Claro que me acuerdo... Qué fea ibas-me contestó, riéndose. Yo, como siempre le solía hacer, le di un codazo a malas.
-Muy gracioso.
-Ya. Eso fue lo que te enamoró de mí, mi gracia y arte natural.
-No, lo que me enamoró de ti es que estaba ciega.
-Claro, con esas gafas que llevabas de culo de botella me parece lo más natural... -otro codazo, y él, sin parar sus risas.
-No me pillaste en mi mejor época.
-¿Acaso has tenido alguna buena?-me dijo, con cierto tono chulesco. Otro codazo más. Era imbécil, ¿por qué me despreciaba así? Me entraban ganas de matarlo, pero... pero a besos.
-Ahora, ahora estoy bastante hermosa. Y lo sabes...
-Claro que lo sé-sonrió, y me acarició la espalda con su suave tacto- Y ahora dirás: ''No lo arregles así, porque no lo solucionarás''-decía imitando una voz un tanto de pito y extraña, no pude evitar sonreír-; Y yo, muy inteligente, me acercaré y te diré lo preciosa que eres. Luego, sonreirás, y me querrás besar, pero... -me desafiaba acercándose a mí- Pero yo apartaré mi cara para dejarte con más ganas, y entonces, me levantaré-obedece a sus palabras-, me vestiré-cogió su camisa blanca y sus pantalones-... Y te diré: ''Me voy, hasta que me eches de menos'', y... -le interrumpí.
-Y te llamaría a los dos segundos porque ya te comenzaría a añorar.
-Tal vez; Y entonces, ante semejante situación yo... -le callé, acercándome a darle un beso en esos labios que no callaban. Quizás esta sería la única forma de que el conozca lo que es un silencio.
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